Volver a oír: La emocionante historia de Anita Quatrín en Diario La Nación

En la Semana Internacional de la Hipoacusia, el matutino porteño retrató la emotiva historia de vida de la pequeña de casi 4 años, oriunda de Calchaquí, que pudo recuperar su audición gracias a un implante coclear.

Esta semana que comienza fue declarada por la OMS como la Semana Internacional de la Hipoacusia y su objetivo es concientizar sobre la importancia de la detección de trastornos auditivos.

Los especialistas señalan que la hipoacusia detectada a tempranamente, con el tratamiento indicado permite que un chico de dos años, recupere en sólo un año su desarrollo intelectual y social de un chico sin problemas de audición. En cambio, si se llega tarde, sus posibilidades van a verse reducidas, tendrá dificultades en el habla y en su integración social.

TOCAR PARA QUE MI HIJA ME PUEDA ESCUCHAR

“Despacito, me lo pongo el sombrero”. Alexis Quatrín canta y no puede disimular la emoción, cuando su hija de tres años y 9 meses hace la mímica. “Cuando me enteré que mi hija no oía, se me desmoronó el corazón. Por ahí es egoísta, pero yo soy músico y tengo una banda, y de repente todo perdió sentido. ¿Para qué iba a tocar si mi hija jamás me iba a poder escuchar?”, confiesa con ojos húmedos.

Pero ahora Anita no sólo baila sino que canta con el papá. Habla y escucha. Selene, que tiene 28 años cuenta que vivir esa experiencia fue lo más cercano que jamás estuvo de un milagro. Porque, pese a los temores que como padres tenían por someter a su hija a otra operación, los resultados aún los emocionan. Como en ese video que se volvió viral hace un año, cuando una beba se emociona al escuchar por primera vez la voz de su madre. Así de movilizante fue la experiencia de acompañar el proceso en el que Anita volvió a escuchar.

Ana Belén nació con 30 semanas de gestación y apenas 690 gramos de peso. Estuvo 100 días en incubadora y allí se convirtió en una luchadora. El primer año de su vida, lo pasó en hospitales y con médicos. Cuando finalmente le dieron de alta, se fue a la casa y los papás respiraron aliviados de que el proceso no hubiera dejado secuelas. Anita crecía bien, había empezado a decir algunas palabras e iba haciendo grandes avances. Pero, de pronto, un día empezaron a notar cambios en ella. Ya no decía mamá ni papá. Todo era “chupete”. Además, si estaba en una habitación y de pronto se daba cuenta de que sus papás habían salido, o estaban en la cocina, entraba en pánico. Después, empezó a volverse retraída, quería estar siempre con la mamá y no se separaba de ella. El pediatra les confirmó lo que temían. Anita no oía. “Creemos que en algún momento de ese primer año, por alguna razón que nunca se va a saber y no tiene sentido investigar, dejó de oír”, resume Selene.

Fue entonces cuando empezaron a visitar especialistas y conocieron que existía una posibilidad para su hija: el implante coclear. Los papás hicieron un trabajo psicológico junto a los especialistas previo a la operación. Alexis se tatuó sobre la oreja el dibujo del implante y Selene se cortó el pelo cortito, como lo iba a tener Anita tras la operación. Además, le compraron un bebote y le dibujaron el implante, para que su hija lo tomara con mucha naturalidad.

“Nos sorprendió lo bien que reaccionó a la operación. Y, al tercer día de la primera calibración, la llevamos a ver los aviones a Aeroparque. Necesitábamos comprobar que el milagro era real. Anita miró los dos primeros aviones. Y al tercero, lo escuchó de espaldas y al sentir el sonido se dio vuelta a mirarlo. Lloramos de emoción”, cuenta Selene.

Como la mamá es fotógrafa, sabía de cómo iba a querer retratar para siempre el momento del encendido. Pero que su trabajo, ese día era junto a Anita. Entonces le pidió al fotógrafo cordobés Jacinto Duarte, de quien era fanática de sus trabajos, que inmortalizara ese milagro. Y el fotógrafo los siguió por toda la ciudad, capturando esos momentos que quedarán para siempre en la memoria de los papás de Anita. Fueron a ver los aviones, caminaron por las ruidosas calles de Buenos Aires, se sentaron a descansar y cantaron las viejas canciones con las que habían acunado a su hija el primer año de vida. Después, volvieron a Calchaquí, un pequeño pueblo en la provincia de Santa Fe y allí fue testigo de otro milagro. Anita salió al patio y se quedó mirando el cielo, maravillada de escuchar a los pajaritos cantar. Una semana más tarde ya reconocía las voces de sus papás. “La primera vez que me dijo mami, casi me desarmo. Ella sólo me había dicho mamá antes. Y había pasado tanto tiempo. Oírla, con esa vocecita tan chiquita decirme Mami, me hizo sentir que todo había valido la pena”, cuenta.

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